sábado, 6 de septiembre de 2008

Educación en valores, habilidades sociales e inteligencia emocional

En el número 391 de Cuadernos de Pedagogía, Rosario Ortega Ruiz, en un trabajo titulado “Víctimas, agresores y espectadores. Alumnos implicados en situaciones de violencia”, habla sobre tres tipos de protagonistas en los conflictos escolares actuales: las víctimas, los agresores y los espectadores. Los dos primeros son fácilmente identificables, y los terceros, una vez descubiertos, también. Una vez descubiertos, porque, precisamente por su forma de pasar (a propósito) inadvertidos son obviados más de lo que deberían durante el proceso de resolución.

En este sentido, la educación en valores (desde la clarificación a la identificación de los códigos que manejan los escolares de forma cotidiana en la escuela) debería ser primordial en el currículo de los centros educativos. Si bien los equipos de orientación no dan abasto para intervenir en todos los contextos problemáticos de la rutina diaria, queda manifiesta la necesidad de dotar de herramientas formativas tanto a los docentes como al alumnado.

La falta de tiempo material para abordar los conflictos de manera positiva (los programas lectivos son muy exigentes y acaparadores) está provocando una especie de efecto bola de nieve por acumulación. Si no hay tiempo suficiente para dedicarlo a la resolución integradora, habría que pensar en introducir en el curriculo materias, asignaturas o seminarios de educación en valores y habilidades sociales para tratar estas cuestiones de modo natural durante el curso, y no sólo en sesiones de tutoría o en sesiones extraordinarias del equipo de orientación.

Si además consideramos la poca importancia que se da a los aspectos emotivos, a los sentimientos, como parte fundamental de la educación en los planes de enseñanza oficiales, podemos caer en la cuenta de que ésta está coja, al ocuparse únicamente de la transmisión de conocimiento.

Las relaciones en los centros escolares denotan carencias derivadas de lo mencionado con anterioridad, siendo, la inteligencia emocional, objeto de múltiples investigaciones en los últimos años, especialmente en Estados Unidos, que atestiguan los cambios positivos del alumnado que ha participado en experiencias integradoras y complementarias, con una formación que tocaba igualmente intelecto y emociones. Los resultados mostraron que los niños y niñas habían aprendido a reconocer y conceptualizar sus emociones, sobre todo en los conflictos, para, posteriormente trabajar en su control. El dominio emotivo es posible si se educa, y por supuesto, sumamente importante. En un sistema mercantilista que deja tantos trabajadores por el camino es fácil caer en la frustración, sin olvidar el elevado número de depresiones que se diagnostican en la actualidad, incluyendo a chavales de corta edad, porque se sienten marginados, incomprendidos, o simplemente incapaces de lidiar con emociones que ni entienden ni saben reconocer.

Las emociones pueden educarse tempranamente, y de este modo, autosuficientemente, evitar psicógos y psiquiatras, a los que se suele acudir cuando no encontramos soluciones por nosotros mismos. La escuela podría ser un buen ámbito para desarrollar mecanismos formativos que complementen la educación actual, tal y como la conocemos.

Víctimas, agresores y espectadores. Alumnos implicados en situaciones de violencia

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